La historia familiar que rebate que no hay santiagueses de toda la vida: de una amiga íntima de As Marías a los fogueteiros que quemaban los fuegos del Apóstol

Olalla Sánchez Pintos
Olalla Sánchez SANTIAGO

VIVIR SANTIAGO

Antía Andrea Barcia muestra sus anotaciones familiares en la rúa de San Pedro, delante de una casa donde vivió su familia
Antía Andrea Barcia muestra sus anotaciones familiares en la rúa de San Pedro, delante de una casa donde vivió su familia

La santiaguesa Antía Andrea Barcia tira del hilo y sitúa a varios de sus tarabuelos ya de Santiago. Uno de ellos fue, durante la Guerra Civil, carcelero en Raxoi. Su bisabuela, una mujer que abrió camino, conoció, mientras trabajaba en el Hotel Compostela, a un emigrado gallego en Brooklyn. A sus 63 años no dudó en irse allí

30 abr 2024 . Actualizado a las 15:37 h.

El hecho de ser Santiago una ciudad a la que a diario vienen a trabajar miles de personas de otros lugares ha ayudado a extender una creencia que a muchos compostelanos les cuesta rebatir, la dificultad de encontrar a santiagueses de toda la vida, es decir, con raíces que se remonten tiempo atrás. «A muchos les extraña incluso que diga que soy de Santiago. Me dicen que soy una de las pocas compostelanas a las que conocen. Cuando vivía en Argentina también nos sucedía que identificaban Santiago con todo el entorno», explica extrañada Antía Andrea Barcia Feás, la santiaguesa de 38 años que ejerce desde hace 16 como analista de laboratorio, una ocupación que combina desde hace años —tras irse con su pareja, el bailarín santiagués Óscar Cobos, a Buenos Aires e instalarse de nuevo años después en su ciudad natal— con la de ser profesora de tango. «Yo siempre respondo que toda mi familia es de Santiago, y por ambas partes», afirma, buceando en su propia historia. «Contabilizo seis generaciones de santiagueses aunque yo creo que el origen puede ir mucho más atrás», afirma, aclarando que su sobrina Lola sería la última fila del árbol genealógico.

«Por mi parte materna, mis dos abuelos son de Santiago. Eran conocidos en el barrio de Concheiros, donde mi abuelo, Santiago Feás, de apodo O cabalo, tenía un taller. Él, que era escultor, hizo muchas de las vírgenes y santos de las distintas cofradías compostelanas. Sus tallas están por toda Galicia e, incluso, hay alguna en Bruselas. Mi familia cuenta que su casa estaba siempre llena porque tuvieron una de las primeras televisiones del barrio y la gente iba allí a verla. El del bar O Tranquilo, de Concheiros, creo que hasta protestaba», evoca riendo Antía.

«Por esa rama de mi abuelo, un nombre para mí importante es el de mi bisabuela, Dolores González, de vida longeva. Ella vivió hasta los 94 años y yo pude disfrutar de ella hasta que yo tenía 17. Su historia me fascina. Ella tuvo a su hijo, es decir, a mi abuelo, de soltera. Ella trabajaba desde muy joven arreglando habitaciones en el Hotel Compostela. Por las habladurías o el qué dirán lo tuvo que pasar mal... Tras fallecer ella, me contaron que era amiga íntima de As Marías, con las que ya jugaba de niña. Sé que lo pasó mal por cómo trataron a Maruxa y a Coralia. La pena fue no haberle podido preguntar por todas esas historias antes...», lamenta la compostelana, mientras prosigue recordando a su bisabuela. «Siempre se habla de mujeres conocidas que abrieron camino. Pero también hay muchas trayectorias anónimas dignas de contar. Creo que la de mi bisabuela, quien casi no sabía leer, es una de ellas. A principios de los años 70, cuando ella tenía 63, se enamoró de un emigrado gallego que era cliente del hotel Compostela y se fue con él a vivir a Brooklyn. Se casaron y recorrieron el país. Mi familia guarda fotos de ella en Las Vegas… Doce años después, él falleció y ella volvió con nosotros», añade Antía.

«El padre de ella, es decir, mi tatarabuelo, era sastre en la zona de Basquiños. Su nombre era Juan García aunque, al igual que pasa con muchos de mis otros antepasados, el nombre por el que se le recuerda es el apodo. Le llamaban O Coxo, al haberlo atropellado de pequeño un carro de caballos», señala, saltando a la rama familiar -también de marcado acento compostelano- de su abuela materna.

«Mi abuela se llamaba Fina Batallán, era pantalonera, es decir, cosía pantalones. Su apellido confima que soy familiar, aunque no muy cercana, del conocido músico santiagués Luis Emilio Batallán», apunta, aludiendo al autor de éxitos como Aí vén o maio ou Quen puidera namorala.

«Ese apellido se remonta a mi bisabuelo, José Batallán, y sé que también a mi tatarabuelo, quien era el carcelero en Raxoi, en el actual Ayuntamiento de Santiago, cuando estalló la Guerra Civil en 1936. Se dio la triste casualidad de que allí llevaron encarcelado al hermano de su nuera, que era republicano», detalla, mostrando un papel con todas sus anotaciones familiares.

«Por parte paterna aún sigo buscando datos, aunque mis familiares me confirman que tengo tatarabuelos de Santiago. Me cuentan anécdotas curiosas como la que le sucedió a mi bisabuela, que tenía el apellido Mareque, mientras trabajaba en la Casa de la Troya. Un día, haciendo la cama de un estudiante de Zaragoza, encontró en ella una onza de oro. Se la devolvió al dueño y él ya dijo que mi bisabuela ''¡era más grande que la Pilarica!'», rememora risueña, mientras pone también el acento en otro apellido de esa rama paterna, los Ferreiro, de gran renombre en Compostela.

«Nacidos e instalados en Vista Alegre, los Ferreiro eran conocidos como Os Fogueteiros porque tenía una firma de pirotecnia desde mucho tiempo atrás y se encargaban de los Fuegos del Apóstol. Tenían un taller en O Lermo. Antaño, hacían y quemaban la portada mudéjar que ardía en la noche del 24 de julio en el Obradoiro. Tenemos confirmado que un tatarabuelo mío ya se encargaba de lanzar bombas en fiestas, y a lo mejor incluso la empresa va más atrás», resalta.

«Ya ves que sí hay compostelanos de toda la vida», acentúa con orgullo.

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